literatura, escritores argentinos, relatos
Emily Dickinson
por Danilo Albero Vergara Escritor Argentino

En notas anteriores, Consejos de escritores1, Consejos de escritores 2 y Consejos de escritores 3, no me referí a ninguna mujer. A riesgo de ser tratado de machista diré que no es por su falta de presencia en los estantes de mi biblioteca sino por mero olvido.

Insisto, a riesgo de ser tratado de machista, algunos de mis personajes femeninos más queribles son los de Eurípides, pero, por su ejemplo de modestia y trabajo fervoroso, cuasi monacal y dedicado a la escritura, mi Vida ejemplar, es Emily Dickinson. Con ella aspiro a conversar algún día, mientras tanto sus Poemas, junto con el Martín Fierro, los libros que estoy leyendo, una libreta de notas, lápiz y goma, son los copropietarios de mi mesa de luz. Y de ella no tengo más consejos que su poesía.

La relación que mantengo con Emily Dickinson es algo estrábica, porque sé muy poco de su vida, salvo que optó por una existencia en algo parecido a una reclusión y, de manera consciente, al margen de sus pares y de la vida literaria de su época; también, que la mayor parte de su obra fue publicada luego de su muerte.

La imagino enclaustrada entre sus labores hogareñas y la escritura en un continuum que forma una unidad inseparable. Un estado muy semejante al de Sor Juana por aquello de: "Veo que un huevo se une y fríe en la manteca o aceite y, por contrario, se despedaza en el almíbar; ver que para que el azúcar se conserve fluida basta echarle una muy mínima parte de agua en que haya estado membrillo u otra fruta agria; ver que la yema y clara de un mismo huevo son tan contrarias, que en los unos, que sirven para el azúcar, sirve cada una de por sí y juntos no... Bien dijo Lupercio Leonardo: 'que bien se puede filosofar y aderezar la cena'. Y yo suelo decir viendo estas cosillas: 'si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito'..."

A los poemas modélicos de Emily Dickinson le debo la inspiración del trabajo en silencio, sin alardes; también a escapar de la exposición, aquello que el viejo Vizcacha, pero con las palabras del ciego de El Lazarillo de Tormes, le aconsejó al hijo de Martín Fierro: "El que gana su comida / bueno es que en silencio coma. / Ansina, vos ni por broma, / querrás llamar la atención. / Nunca escapa el cimarrón / si dispara por la loma".

También Ruyard Kipling habría de reflexionar sobre el éxito y el fracaso y su ejemplo es aplicable al arduo trabajo del artista cuando le dice a su hijo: "If you can meet with Triumph and Disaster / And treat those two impostors just the same;" (Si puedes encontrarte con el triunfo y el desastre (fracaso) / y tratar a estos dos impostores de la misma manera).

Emily Dickinson en su optado destierro poético dialoga con los colegas varones, Hernández y Kipling, pero de una manera sutil como el aleteo de la abeja aludida en su: "Fame is a Bee. / It has a song - / It has a sting - / Ah, too, it has a wing". (La Fama es una abeja / Tiene canción - / Tiene aguijón - / Ah, y también tiene alas).

Por las noches el higiénico hábito de leer antes de dormir, me sumerge en el ritual aludido desde su retiro en Amherst: "There is no Frigate like a Book / To take us Lands away / Nor any Coursers like a Page / Of prancing Poetry - / This Traverse may the poorest take / Whitout opress of a Toll - / How frugal is the Chariot / That Bears the Human soul". (No hay Fragata como un Libro / Para llevarnos a Tierras lejanas / Ni corceles como una Página / De briosa poesía - / Esta travesía puede hacerla el más pobre / Sin el agobio de portazgo - / Qué frugal es el Carruaje / Que lleva el alma Humana).

En la Santa Biblia leemos que el Señor creó el mundo con palabras en seis días (Gen 1: 1-30). También leemos en el Corán (96:01-05) cuando Mahoma recibe del arcángel Yibril da la orden de recitar el Corán por aquello de: "¡Lee en nombre de tu Señor, que ha creado, / ha creado al hombre de sangre coagulada! / ¡Lee! Tu Señor es el munífico, / Que ha enseñado el uso del cálamo (que ha enseñado por medio del cálamo, es decir: la escritura), / ha enseñado al hombre lo que no sabía".

De la misma manera, imposible hablar de Emily Dikinson sin referirse a su poesía o leerla en voz alta -lo mismo vale para cualquier escritor digno de ser citado- a sus palabras me remito: "A word is dead / When it is said, / Some say. / I say it just / Beguins to live / That day". (Una palabra muere / Cuando se dice, / Dicen algunos. / Yo digo que justamente / Ella empieza a vivir / En ese día).

 

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Silphidae literarios
literatura latinoamericana

Hace un par de semanas leí una nota en Scientific American que me trajo a cuento varias historias. La primera de esta serie de parécbasis, o digresiones, encadenadas, fue otra nota de la BBC. Ambas comentaban de científicos -en el primer artículo del Museo de Historia Natural del Instituto Smithsonian en Washington; en el otro el del Museo de Vertebrados de la Universidad de California-, encargados de preparar esqueletos de animales muertos para su exhibición. Este trabajo, al contrario de lo que uno puede imaginar, es bastante complicado, sobre todo en casos de mamíferos medianos o grandes -un oso o un caballo- la verdad, antes de leerlo no se me había ocurrido cómo se las habían ingeniado en el Museo de la Plata para acondicionar los esqueletos de las  ballenas que cuelgan del techo.

Ignoro cómo habrán hecho en el Museo de la Plata, pero sin duda no utilizaron el sistema de sus colegas norteamericanos.

En el caso de Washington y California, los científicos acudieron a una extraña simbiosis, trabajan con un tipo de escarabajos carroñeros que devoran cadáveres con una eficiencia tal que, según la encargada de preparar los esqueletos en California: "en cuestión de horas pueden devorar la cabeza de un ratón o de una gaviota". El colega del Smithsonian no aclaro cuánto tiempo les llevaría, a su colonia de escarabajos manducarse al enorme lobo muerto con el que aparece en la foto.

Lo curioso es que, en ninguna de las dos notas aparecen con nombre y apellido los activos protagonistas y ayudantes de laboratorio, los escarabajos. Tampoco mencionan su nombre científico, me costó un poco más de tiempo averiguar cuál era. Se trata de familias muy numerosa; los hay que devoran pequeños vertebrados, previo enterrarlos: los "escarabajos enterradores"; y otros que los devoran en la superficie. Esta última variedad está compuesta de varias tribus, entre las que se destaca el mentado clan de los Silphidae.

Otra historia que me trajo a cuento este parécbasis sobre los escarabajos fue su rol estelar en la película La momia, como hay varias con este título aclaro que me refiero a la que dirigió Stephen Sommers en 1991; una remake muy buena de la versión de Terence Fisher de 1959. En la última versión de 1991 el sacerdote enamorado es enterrado vivo en un sarcófago, previo volcarle un balde lleno de estos tiernos coleópteros que, además, aparecen de cuando en cuando para acompañar en su lapidación forzada a la ristra de villanos, que van apareciendo a lo largo de film para, de manera ineluctable, quedar atrapados en bóvedas, con los bolsillos llenos de joyas pero sin salida posible. Algo parecido le pasó a Kassim, el hermano de Ali Babá, cuando se olvidó, dentro de la cueva, las palabras "Sésamo ábrete"; los Cuarenta Ladrones no eran truculentos como los Silphidae de la película, se conformaron con cortarle la cabeza.

Porque, a la hora de alimentarse con cadáveres -mejor viejos relatos o historias-, los escritores no se quedan a la zaga de los Silphidae, el primero que me acude es el que estoy releyendo en este momento quien me remitió al quevediano: "Retirado en la paz de estos desiertos, / con pocos pero doctos libros juntos, / vivo en conversación con los difuntos / y escucho con mis ojos a los muertos".

Estoy releyendo -una manera de decir porque nunca había pasado del prólogo y parte del Canto Primero- El viaje de los Argonautas de Apolonio de Rodas; un libro que estaba en lista de espera desde hace años y que, por azares de lecturas, recién le tocó su turno.

Lo primero que me llamó la atención es que es un texto pos homérico y trata del largo viaje de Jasón y sus compañeros en busca del Vellocino de Oro. Viaje del que, además, da origen a la tragedia de Medea, tratada por Eurípides. Es un texto pos homérico, decía, pero el viaje de Jasón y los Argonautas es anterior al viaje de Ulises y con algunos cruces geográficos en común, entre otros: Escila y Caribdis y la isla de Eea, morada de la hechicera Circe.

Sin entrar en discusiones acerca de si Homero escribió o no La Ilíada y Odisea, no hay dudas que la primera data de la segunda mitad del siglo VIII antes de Cristo y la segunda -sea quien fuere su autor- de la primera mitad del VII. Ahora se me aparece el relato de Apolonio escrito cuatro siglos después que Odisea pero que trata de un hecho, conocido en la antigüedad griega, previo a la guerra de Troya y a los viajes de Ulises.

Sigo en mi parécbasis y pienso si todos los escritores -los plagiarios de manera soez- algunos de manera intencional otros sin proponérselo, no son de alguna manera una suerte de Silphidae literarios. Asimilan y reescriben relatos, en algunos casos previos a viejas historias ya conocidas como El viaje de los Argonautas, con sus idas y venidas, develando historias que como en un palimpsesto yacen ocultas debajo de otras. Penélope deshace de noche lo que teje durante el día.

De esa manera, y por aquello de: Cane non mangia cane, dice il dettato, ma il letterato mangia il letterato, los escritores tienen porvenir y trabajo asegurado; no les pasará lo que a los otros, los Silphidae legítitimos. Porque a la hora de quedarse sin trabajo por falta de cadáveres para descarnar, éstos, en palabras de la investigadora del Museo de Vertebrados de la Universidad de California: "son encerrados en compartimientos aislados y alimentados con galletas para perros".

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Cuando la ficción se vuelve realidad
literatura, escritores argentinos





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Aristóteles y Horacio
literatura, escritores argentinos, relatos

En cuatro notas anteriores: Consejos de escritores1, Consejos de escritores 2, Consejos de escritores 3 y Emily Dickinson; no mencioné lo que para mí fue una revelación borgeana, por aquello de: "Si (como afirma el griego en el Cratilo) / el nombre es arquetipo de la cosa / en las letras de 'rosa' está la rosa / y todo el Nilo en la palabra 'Nilo' "; todo comenzó con Aristóteles y Horacio, es destacable que ambos tengan como referente de la escritura a la pintura.

Empiezo por un griego, no Platón, el del Cratilo, sino Aristóteles, el de Poética; de la cual rescato un par de conceptos que siguen vigentes hasta hoy.

El primero de sus conceptos hace al desarrollo de las situaciones o conflicto por los que transitan los personajes -en términos arcaicos se llamaba: el motivo-. En este sentido, Aristóteles aclara: "Puesto que el poeta, al igual que el pintor o cualquier otro hacedor de imágenes, es un imitador; necesariamente imitará de una de estas tres maneras; o bien como las cosas eran o son, o bien como deben ser. Todo ello se expresa mediante un lenguaje que incluye las palabras insólitas, las metáforas y otros muchos recursos expresivos, que, en efecto, le son concedidos a los poetas" (Poética: 25).

Sigo por el romano, Horacio, quien, tras los pasos de la Poética escribe su Epístola a los Pisones, también llamada Arte Poética. Esta carta pertenece más bien al género de sermón (en la segunda de las cuatro acepciones que le da el diccionario de la RAE), porque en ella amonesta a los hijos del cónsul Lucio Pisón, quienes, siguiendo una costumbre muy en boga por aquellos años, se les dio por escribir tragedias. Con toda seguridad y ante una situación semejante, el viejo Vizcacha le habría aconsejado al hijo de Martín Fierro "no es para todos la bota de potro". Porque Horacio reprende a unos jóvenes chetos, como diríamos por estos andurriales -o jóvenes pijos como dirían allá en la madre patria- que se lanzaron a escribir sin el menor respeto por el arte o la tradición literaria.

Mark Twain, 20 siglos más tarde, a propósito de la obra de Fenimore Cooper escribió un texto semejante, más bien una obra maestra del arte de injuriar: Las ofensas literarias de Fenimore Cooper. En este breve ensayo Mark Twain dice, palabras más palabras menos: "diecinueve reglas gobiernan el arte literario de la narrativa romántica", poco más adelante lo acusa a Fenimore Cooper de haber violado diecisiete, las otras dos: "no las violó porque las ignoraba"; ¡chapeau!

En su Epístola a los Pisones, Horacio traza las huellas que seguirá Mark Twain, y cualquier otro que cogite sobre una estética -literaria o plástica-. Sus ideas fuertes son: equilibrio y lógica interna de una obra literaria; adquirir una técnica por medio del estudio y continuo ejercicio sobre los modelos griegos; la real necesidad de existencia de una obra de arte, es decir el rechazo de lo mediocre; y que el arte no es un mero recreo -en este caso de niños chetos o pijos-. Pero lo más importante es el balance de la carta, Horacio no aparece como un tradicionalista sino como amonestador, porque, en la discusión entre antiguos y modernos, el poeta se manifiesta a favor de los últimos.

Lo interesante de este libro es la coincidencia con lo postulado por ya Aristóteles, vale la pena transitar los primeros versos donde, en la frase final, ya se columbra que su actitud no es la de un conservador sino la de un crítico: "Si a una cabeza humana, un pintor quisiera unir un cuello de caballo y, juntando miembros de toda especie, adornarlos con plumas de distintos colores, de manera que una mujer hermosa de medio cuerpo arriba terminara en un pez terriblemente disforme... Creed, pues, Pisones, que muy semejante a este cuadro resultaría un libro cuyas inconsistentes imágenes, cual pesadilla de enfermo, fueran construidas de modo que ni el pie ni la cabeza se fundieran en una sola forma. Los pintores, igual que los poetas han tenido siempre el derecho de atreverse a todo". (Epístola a los Pisones 1:1-10)

Voy al segundo concepto de Aristóteles que, a la hora de hablar del carácter de sus personajes, sentó jurisprudencia estética y literaria: "Puesto que los imitadores imitan a los individuos en acción y es necesario que éstos sean buenos o malos (los caracteres, en efecto, casi siempre se conforman a sólo a estos dos, pues todos los caracteres se diferencian por el vicio o por la virtud) entonces los imitarán, o bien mejores que nosotros mismos, o bien peores, o bien iguales, como hacen los pintores: Polignato los pintaba peores, Pausón peores, Dionisio iguales". (Poética: 2).

Partiendo de esta última comparación se pueden definir casi todos los caracteres de los personajes literarios en una gama que va de: realistas a caricaturescos; héroes a villanos; santos a pecadores.

Y el que supo muy bien sobre esto fue Hemingway cuando cometió el pecado literario de pintar el salvajismo de la guerra española, pero cometido desde el bando republicano. Por lo cual Por quién doblan las campanas, fue denostada por la crítica literaria internacional, adepta a la causa republicana que lo acusó de "fascista inocente". Simplemente, Hemingway pintó a sus personajes como lo hacía el Dionisio aludido por Aristóteles.

Años después, le darán la razón a Hemingway: el largo espinel historiográfico  de estudios contemporáneos sobre la guerra civil española, que empezó por la monumental La guerra civil española de Anthony Beevor (editado en 1982 y reeditado en edición corregida, ampliada y con más bibliografía en 2005), para terminar en esa mala copia ibérica del double o seven de Ian Fleming que promete ser el nuevo culebrón literario Falcó de Arturo Pérez-Reverte.

 

Nota bene: À tout seigneur, tout honneur. La elección de la pistola de Falcó, una Browning 'mataduques' FN 1910 calibre 9mm. -nada que ver con la inepta Beretta calibre.25 del double o seven- y el 'cambio táctico' de cargador que hace el protagonista en el tiroteo final le acreditan a la novela Falcó la envidia eterna de Ian Fleming.

Los que saben me entienden.

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