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El baile de los 41 maricones PARTE II

En los dibujos de Guadalupe Posada. Homosexualidad y prensa sensacionalista en el México de Porfirio Díaz.

 

Segunda parte (continuación de: Primera parte).

 

José Guadalupe Posada (1852-1913), infancia y juventud. Vida y obra entre dos fotografías.

 

Dos fotografías. La primera, una toma de estudio con un borroso cortinado de fondo, donde se vislumbra una columna y un piso de baldosas, claras y oscuras, escaqueadas. Está sentado al lado de su hijo Juan Sabino, probablemente nacido en diciembre 1883 -detalle recién aclarado en 2009 por Agustín Sánchez González en su ensayo biográfico Posada; este trabajo tiene, entre otros, el mérito de datar imágenes y algunas fechas claves en la poco documentada vida del dibujante y grabador hidrocálido -nombre con el que se designa en México a los aguacalentenses o nativos de Aguascalientes.

Traje oscuro tipo levita con chaleco, donde apenas se ve la leontina, prendida a un botón muy próximo a la cintura, las puntas del pañuelo blanco asoman por el bolsillo superior izquierdo de la chaqueta, camisa blanca con cuello duro y corbata con el clásico nudo four in hand -quizás un half Windsor, la copia no es clara-. El brazo izquierdo en jarras, la pierna de ese lado ligeramente adelantada con respecto a la derecha, con el pie apoyado en el piso y apuntando al fotógrafo. La mano derecha sostiene por el ala el sombrero bombín y está apoyada sobre el muslo. El pie derecho, a cuarenta y cinco grados y el talón levantado, está recogido hasta hacer coincidir sus dedos con el talón del izquierdo, pero con una separación equivalente al largo de un pie. Si Guadalupe Posada se parase, quedaría en posición de un bailarín de ballet, concretamente en cuarta, parada canonizada para los retratos de pie por Hyacinte Rigaud en su lienzo de Luis XIV; fotógrafo y fotografiado conocían sus oficios. A la derecha, su hijo de pie; con una tenida en todo similar a la del sentado, salvo la leontina, prendida muy alto cuyo otro extremo desaparece en el bolsillo del reloj del chaleco, el brazo izquierdo apoyado sobre el hombro del padre. El derecho colgando paralelo al lado del cuerpo sostiene, por el ala, un sombrero bombín. Los dos miran a la cámara, al fotógrafo, al espectador.

Dos dandis de rasgos aindiados. Los gruesos bigotes, del padre, de guías retorcidas y apuntando hacia arriba, uno imagina que, en un supremo gesto de elegancia, Guadalupe Posada les dio el último retoque ya sentado, antes de posar. Es un rostro contundente, rechoncho, impenetrable, para Sánchez González: "pétreo de rasgos tlaxcaltecas". Carlos Pellicer, en José Guadalupe Posada: ilustrador de la vida mexicana, enfatiza la descripción: "hombrazo rechoncho, tipo de indio puro".

 

 

Esta foto hizo que el público viera por primera vez la cara del ilustrador que había dedicado cuarenta y seis de sus sesenta y un años de vida al arte, y cuyos dibujos grabados e ilustraciones ya formaban parte de la cultura mexicana. Pero la foto fue dada a conocer recién en 1930, cuando se publicó Monografía de 406 grabados de José Guadalupe Posada, edición a cargo de Frances Toor, Paul O’Higgins y Blas Benegas Arroyo y con prólogo de Diego Rivera. Sin embargo, en este libro, editado diecisiete años después de la muerte de "don Lupe", no aparecen los créditos de la fecha de la fotografía y su datación sigue incierta. Basado en la apariencia del niño Sánchez González aclara: "debió tomársela en 1895, cuando tenía unos 43 años y su hijo Juan Sabino unos doce o trece".

Esta toma de estudio fijará la imagen de Posada -incluido chaleco, cuello palomita y corbata- en dos cuadros: Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central (1947) fresco de Diego Rivera -detalle- y Homenaje a José Guadalupe Posada (1953), grabado en linóleo de Leopoldo Méndez.

Guadalupe Posada, a la derecha de la Catrina.

 

 

 

 

La segunda foto recién se conoció en 1952, cuando fue publicada por la revista ‘Hoy’ para el centenario de su nacimiento y lo muestra en la puerta de su taller, un local a la calle delimitado por dos columnas, Sánchez González se encarga de datarla: "Tomada alrededor de 1900 y regalada por éste (Posada) a un locatario de la misma vecindad en que él vivía".

 

 

En esta imagen se ve al ilustrador en su espacio natural -y, por lo tanto más relajado-, se puede leer su nombre sobre el frontón; más abajo, sobre la vidriera, "taller de grabado"; más arriba: "periódicos libros y revistas". A la derecha, de pie apoyado sobre la jamba de una puerta, la mano izquierda en el bolsillo del pantalón, Guadalupe Posada, de traje claro, chaleco y corbata mira a la cámara. Al medio un joven de aspecto tímido y desgarbado, a la izquierda, otro desconocido de traje y chapeo negro cuyo aspecto evoca a nuestro Alfredo Palacios.

Posada acá bien puede ser un vendedor de imágenes e imaginarios en la puerta de su negocio, esperando que algún acontecimiento social o político o una catástrofe de cualquier tipo pasen por la calzada, entonces, lo hará entrar para atenderlo. "Quince mil grabados que se cuenta hizo Posada para la principal imprenta de Vanegas Arroyo" -Toor; O’Higgins y Blas Vanegas Arroyo-; "después se afirma que son más de 20.000", concluye Rafael Barajas Duran en su ensayo: Posada, mito y mitote: la caricatura política de José Guadalupe Posada y Manuel Alfonso Manilla.

Todas estas ilustraciones, solamente para la imprenta de Vanegas Arroyo; su obra completa es imposible de encontrar y catalogar. Porque "don Lupe" fue una suerte de Midas de la ilustración; transmutó en imagen a todo aquello digno de ser contado y que se puso al alcance de sus ojos y oídos. Aunque su rostro y su nombre pasaron desapercibidos para sus contemporáneos que, durante cuarenta y seis años, vieron sus ilustraciones en todo lugar posible donde la industria gráfica tuvo acceso.

Es bueno tener presente el nuevo espacio que le abrió a dibujantes, pintores e ilustradores a partir de la cuarta década del siglo XIX. Con el desarrollo de nuevas técnicas de reproducción gráfica, el público se acostumbró a consumir publicaciones ilustradas: libros, diarios, revistas o simplemente estampas o grabados para usar como adorno. En este nuevo desarrollo de la cultura visual y aparición de un nuevo mercado de industria cultural hay dos activos protagonistas: El primero fue un editor pionero en esta nueva industria de las artes gráficas que marcó tendencia a nivel mundial; la mítica casa Courier & Ives en los Estados Unidos -cuyas litografías se siguen vendiendo hasta hoy- que, entre 1834 y 1907, produjo centenas de litografías a color: escenas de la vida cotidiana, el avance hacia el oeste de los colonos, la navegación fluvial y el tendido de líneas de ferrocarril. Tambien nuevos hábitos sociales: la práctica de deportes, camping, picnics, vida urbana o rural incluso estampas coloreadas de la guerra civil o eventos de repercusión internacional.

El segundo protagonista es una escuela de arte, en Europa, particularmente en Francia, la influencia tambien llegó de oriente de la mano de las ilustraciones y estampas japonesas del Mundo Flotante (ukiyoe) que llamaron la atención de pintores e ilustradores. Los primeros ukiyoe llegaron como polizones ya que se usaban como envoltorios y acolchados de objetos de cerámica que llegaban de Japón, pero impresionaron tanto al público común como a los artistas; y ya en la Exposición Internacional de París en 1867, había un gran mercado consumidor de estas ilustraciones.

Pronto el ukiyoe, tuvo un reconocimiento de los impresionistas franceses quienes se encargarían de difundirlo por el resto del mundo occidental. A modo de ejemplos de esta influencia están: el cuadro La japonaise de Claude Monet, -su casa de Giverny, hoy un museo, está profusamente decorada con grabados ukiyoe-; el Retrato de Émile Zola, de Edouard Manet donde se ve un biombo japonés y, sobre la pared, un grabado ukiyoe al lado de una reproducción de Olimpya y otra de El triunfo de Baco de Velázquez. Gaugin, Degas y Toulouse-Lautrec, entre otros, figuran entre los artistas que estuvieron influenciados por las estampas japonesas.

En México, país cuya cultura visual es anterior a la llegada de los españoles, estas tendencias marcadas por la industria gráfica y nuevas técnicas de reproducción fueron rápidamente asimiladas. Como veremos más adelante, Guadalupe Posada desde el arte popular, habrá de tener sobre los pintores mexicanos una suerte de influencia semejante a la que tuvo el ukiyoe en los artistas franceses.

 

 

 

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