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Antecedentes teóricos y génesis del expresionismo abstracto I.

 

Sexta parte (continuación de: Quinta parte).

 

A partir de la quiebra financiera de Wall Street de 1929, la administración de Franklin Delano Roosevelt desarrolló una política estatal intervencionista para paliar el desempleo y la Gran Depresión, el New Deal. El programa se instrumentó entre 1933 y 1938 y creó fuentes de trabajo a través de la Work Progress Administration y, dentro de ésta, el Federal Arts Proyect, que permitió vivir de su trabajo a gran parte de los futuros expresionistas abstractos.

En su trabajo sobre el expresionismo abstracto, la investigadora Barbara Hess destaca que durante los años del Federal Arts Proyect -FPA- predominan en el arte estadounidense dos tendencias realistas: el regionalismo, inspirado en la vida rural -herencia del Destino Manifiesto- y el realismo social, inspirado en la desocupación, la vida y la soledad en las grandes ciudades. Dada su connotación social, las directivas del FPA priorizaron la realización de obras en espacios públicos y en, el caso de la pintura, la tendencia fue el muralismo, dirigidos por maestros mexicanos del género: David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera y Clemente Orozco.

Una resultante trascendental de este FPA fue que facilitó intercambios entre sus integrantes, los unió en la tradición de artistas reconocidos y aproximó a una discusión política; en consecuencia, en los años venideros las búsquedas estéticas de los plásticos estadounidenses estarán marcadas por la discusión en torno al lugar que debe ocupar el artista en la sociedad.

Serge Guilbaut en su ensayo que lleva el sugestivo título De cómo Nueva York robó la idea de arte moderno, explica que el punto de partida de estas polémicas fue la creación del Frente Popular en el congreso del Komintem -Tercera Internacional-, celebrado en Moscú en 1935, que propuso lograr una alianza táctica de intelectuales antifascistas y su integración en las filas revolucionarias; a un año de Primer Congreso de Escritores Soviéticos, Stalin y sus adláteres doblaron la apuesta y buscaron copar el campo intelectual y artístico. Así, en Francia el partido comunista se lanzó a ocupar el espacio de la cultura burguesa y continuar con la tradición con el propósito de 'encarnar el genio de Francia'. La misma política se habría de intentar del otro lado del Atlántico: "En los Estados Unidos el comunismo proclamaba que era el 'americanismo del siglo veinte', Earl Browder, el líder del partido comunista norteamericano, se mostraba confiado en su afirmación de que 'somos los únicos norteamericanos auténticos'. Los comunistas norteamericanos se esforzaron también para evitar que el centro escorara a la derecha". En esta soflama Earl Browder se olvidó, entre otras cosas, de la anexión de: territorio mexicano, Hawái, islas Samoa e islas Vírgenes; sin olvidar la injerencia de diplomacia estadounidense, que culminó con la creación de Panamá en 1903, paso previo a la finalización del canal; ya Renan había reflexionado sobre el olvido y el error histórico en la creación de una nación. En todo caso, este lapsus de Browder no hace más que revelar la vigencia de la teoría del Destino Manifiesto.

La reacción que sobrevendría era previsible, porque el Partido Comunista Francés tenía una tradición a la cual acudir, los plásticos norteamericanos no; trascartón, en 1936, al tener noticia de los juicios en Moscú, empieza la tensión entre trotskistas y estalinistas estadounidenses que, de inmediato, aflora en discusiones teóricas. En 1937 el critico marxista Meyer Schapiro publica un artículo: Nature of abstract art, refutando el trabajo de Alfred Barr, director del MoMA (Museum of Modern Art) de New York, quien sostenía que el arte abstracto estaba aislado de la realidad y sólo se regía por su propio sistema de reglas; Schapiro no acepta esta tesis, redarguye diciendo que todo arte, incluso el abstracto, está enraizado en las condiciones sociales en las que es elaborado, en consecuencia: está condicionado socialmente y puede expresar una conciencia critica. Este argumento de Meyer Schapiro conmueve a los dos bandos en pugna, por un lado cuestiona la crítica comunista y su estrategia del Frente Popular, que consideraba al arte moderno aislado de los problemas sociales; al mismo tiempo, los no embanderados con ésta estética encuentran en el ensayo de Meyer Schapiro otra vía y un camino de reflexión para continuar con sus búsquedas sin condicionamientos a priori.

Al año siguiente de esta polémica Partisan Review publica la traducción del 'Manifiesto por un arte revolucionario independiente' de André Breton y Diego Rivera; el hecho de que éste apareciera poco después de un ensayo de Trotski sobre el arte y política -también publicado en Partisan Review- contribuyó en la demanda de artistas e intelectuales norteamericanos de reflexiones distintas a las ya tendenciosas del Frente Popular; ahora avalados por personalidades a la altura de sus expectativas: León Troski representaba la vanguardia política; Diego Rivera, el compromiso del artista; André Bretón, el arte de vanguardia europeo. Dice el manifiesto de Bretón y Rivera: "Vaya por delante que nosotros no nos solidarizaremos con la palabra de orden ni un solo instante, sea cual sea su fortuna actual: '¡Ni fascismo ni comunismo!'… Bajo la influencia del régimen totalitario de la URSS y por mediación de organismos llamados 'culturales' que ella controla en los otros países, se ha extendido sobre el mundo entero un profundo crepúsculo hostil a la emergencia de todo valor espiritual… El arte oficial de la época staliniana refleja con una crueldad sin parangón en la historia sus esfuerzos irrisorios para dar el cambiazo y enmascarar su verdadero papel mercenario".

 

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