Me atraen los consejos de escritores, porque es difícil reflexionar sobre el propio proceso creativo, sí de los otros, tal el caso de las poéticas. De allí lo interesante -y perverso- que las sugerencias encubren, es imposible saber si el autor realmente se ciñe por ellas, las escribe como un ejercicio ficcional; o, a lo mejor, llega a estas conclusiones luego de haber concretado la obra; como quien, luego de atravesar un laberinto, es capaz de volver sobre sus pasos y confeccionar el mapa e instrucciones para sortearlo -aquello de: "caminante no hay camino, se hace camino al andar".
Y lo que me llevó a estas incertidumbres fue releer viejos subrayados de el prefacio de Cromwell de Víctor Hugo, que para algunos autores es un manifiesto del romanticismo europeo, de ellos rescato estas líneas: "Habrán notado los lectores que en esta carrera larga a través de cuestiones tan diversas, el autor se ha abstenido generalmente de apoyar su opinión personal en textos y citas autorizadas, pero no por carecer de ellas. 'Si el poeta establece cosas imposibles según las reglas del arte, indudablemente comente una falta, pero cesa de ser una falta cuando por este medio llega al fin que se propuso, porque encontró lo que buscaba' ". Más adelante, Victor Hugo, aclara que el fragmento es de la Poética de Aristóteles. Esto refuerza mi hipótesis: los consejos de los escritores, más que un portulano que el autor lleva consigo al emprender su viaje creativo, son, más bien, el resultado de esa exploración.
Cuentan los biógrafos de Plauto que, ya establecido en Roma, antes de empezar a escribir comedias, incursionó en el comercio. La empresa fracasó y terminó trabajando como asalariado en un lugar, propio de esclavos o de asnos, dar vueltas a la muela de un molino. Para distraerse de la monotonía de su labor imaginaba historias ridículas que lo alegraran. Las escribía en los ratos libres. Otra anécdota, que es rumor, pero que termina siendo "dato biográfico documentado", cuenta que Dino Buzzatti bautizó a los momentos de tedio en la redacción del Corriere della Sera como "estar en el desierto de los tártaros"; ser consciente del inexorable paso del tiempo y la existencia, a la espera tediosa de un hecho que no llegaría nunca. Esa metáfora angustiante floreció en una de las novelas más extraordinarias del siglo pasado El desierto de los tártaros. Pienso en estas dos historias y agrego mi quinto consejo.
5- Si realmente piensas que tu destino es ser escritor olvídate de los lectores, editores y dificultades para publicar y, mucho más, de la falta de tiempo para escribir. Por tedioso e imbécil que sea un trabajo siempre te dará tiempo y posibilidades de pensar en la escritura y en temas a desarrollar.
Consejos de Gabriel García Márquez
1. Una cosa es una historia larga, y otra, una historia alargada.
2. Un escritor puede escribir lo que le dé la gana siempre que sea capaz de hacerlo creer.
3. No creo en el mito romántico de que el escritor debe pasar hambre o debe estar jodido para producir.
4. Es más fácil atrapar a un conejo que a un lector.
5. El final de un reportaje hay que escribirlo cuando vas por la mitad.
6. Hay que empezar con la voluntad de que aquello que escribimos va a ser lo mejor que se ha escrito nunca, porque luego siempre queda algo de esa voluntad.
7. Cuando uno se aburre escribiendo el lector se aburre leyendo.
8. No debemos obligar al lector a leer una frase de nuevo.
9. El autor recuerda más cómo termina un artículo que cómo empieza.
10. Se escribe mejor habiendo comido bien y con una máquina eléctrica.
11. El deber revolucionario de un escritor es escribir bien.
12. Durante mucho tiempo me aterró la página en blanco. La veía y vomitaba. Pero un día leí lo mejor que se escribió sobre ese síndrome. Su autor fue Hemingway. Dice que hay que empezar, y escribir, y escribir, hasta que de pronto uno siente que las cosas salen solas, como si alguien te las dictara al oído, o como si el que las escribe fuera otro. Tiene razón: es un momento sublime.
Hasta aquí Gabriel García Márquez. Con respecto a este último consejo, no puedo menos de pensar en la escena final de Patterson, la película de Jim Jarmusch. Patterson, el protagonista cuyo nombre coincide con el de la ciudad, está sentado en su lugar favorito: un banco donde se divisan las Cataratas del Río Passaic. Está deprimido porque Marvin -el perro de Laura, su pareja- que lo odia, ha destrozado su libreta donde ha escrito poemas, en los instantes de recreo del tedioso trabajo de conductor de ómnibus; y, pese a los reiterados pedidos de Laura no ha sacado copia de ellos. En ese momento un turista japonés le pide permiso para sentarse a su lado y le cuenta que es poeta, vive en Osaka, y ha venido a visitar la ciudad donde había vivido su autor favorito: William Carlos Williams; que también es el preferido de Patterson. Luego de una breve charla, el turista japonés, antes de partir, le regala un cuaderno en blanco, las palabras de adiós son: "a veces las páginas en blanco dan más posibilidades".