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Silphidae literarios

Hace un par de semanas leí una nota en Scientific American que me trajo a cuento varias historias. La primera de esta serie de parécbasis, o digresiones, encadenadas, fue otra nota de la BBC. Ambas comentaban de científicos -en el primer artículo del Museo de Historia Natural del Instituto Smithsonian en Washington; en el otro el del Museo de Vertebrados de la Universidad de California-, encargados de preparar esqueletos de animales muertos para su exhibición. Este trabajo, al contrario de lo que uno puede imaginar, es bastante complicado, sobre todo en casos de mamíferos medianos o grandes -un oso o un caballo- la verdad, antes de leerlo no se me había ocurrido cómo se las habían ingeniado en el Museo de la Plata para acondicionar los esqueletos de las  ballenas que cuelgan del techo.

Ignoro cómo habrán hecho en el Museo de la Plata, pero sin duda no utilizaron el sistema de sus colegas norteamericanos.

En el caso de Washington y California, los científicos acudieron a una extraña simbiosis, trabajan con un tipo de escarabajos carroñeros que devoran cadáveres con una eficiencia tal que, según la encargada de preparar los esqueletos en California: "en cuestión de horas pueden devorar la cabeza de un ratón o de una gaviota". El colega del Smithsonian no aclaro cuánto tiempo les llevaría, a su colonia de escarabajos manducarse al enorme lobo muerto con el que aparece en la foto.

Lo curioso es que, en ninguna de las dos notas aparecen con nombre y apellido los activos protagonistas y ayudantes de laboratorio, los escarabajos. Tampoco mencionan su nombre científico, me costó un poco más de tiempo averiguar cuál era. Se trata de familias muy numerosa; los hay que devoran pequeños vertebrados, previo enterrarlos: los "escarabajos enterradores"; y otros que los devoran en la superficie. Esta última variedad está compuesta de varias tribus, entre las que se destaca el mentado clan de los Silphidae.

Otra historia que me trajo a cuento este parécbasis sobre los escarabajos fue su rol estelar en la película La momia, como hay varias con este título aclaro que me refiero a la que dirigió Stephen Sommers en 1991; una remake muy buena de la versión de Terence Fisher de 1959. En la última versión de 1991 el sacerdote enamorado es enterrado vivo en un sarcófago, previo volcarle un balde lleno de estos tiernos coleópteros que, además, aparecen de cuando en cuando para acompañar en su lapidación forzada a la ristra de villanos, que van apareciendo a lo largo de film para, de manera ineluctable, quedar atrapados en bóvedas, con los bolsillos llenos de joyas pero sin salida posible. Algo parecido le pasó a Kassim, el hermano de Ali Babá, cuando se olvidó, dentro de la cueva, las palabras "Sésamo ábrete"; los Cuarenta Ladrones no eran truculentos como los Silphidae de la película, se conformaron con cortarle la cabeza.

Porque, a la hora de alimentarse con cadáveres -mejor viejos relatos o historias-, los escritores no se quedan a la zaga de los Silphidae, el primero que me acude es el que estoy releyendo en este momento quien me remitió al quevediano: "Retirado en la paz de estos desiertos, / con pocos pero doctos libros juntos, / vivo en conversación con los difuntos / y escucho con mis ojos a los muertos".

Estoy releyendo -una manera de decir porque nunca había pasado del prólogo y parte del Canto Primero- El viaje de los Argonautas de Apolonio de Rodas; un libro que estaba en lista de espera desde hace años y que, por azares de lecturas, recién le tocó su turno.

Lo primero que me llamó la atención es que es un texto pos homérico y trata del largo viaje de Jasón y sus compañeros en busca del Vellocino de Oro. Viaje del que, además, da origen a la tragedia de Medea, tratada por Eurípides. Es un texto pos homérico, decía, pero el viaje de Jasón y los Argonautas es anterior al viaje de Ulises y con algunos cruces geográficos en común, entre otros: Escila y Caribdis y la isla de Eea, morada de la hechicera Circe.

Sin entrar en discusiones acerca de si Homero escribió o no La Ilíada y Odisea, no hay dudas que la primera data de la segunda mitad del siglo VIII antes de Cristo y la segunda -sea quien fuere su autor- de la primera mitad del VII. Ahora se me aparece el relato de Apolonio escrito cuatro siglos después que Odisea pero que trata de un hecho, conocido en la antigüedad griega, previo a la guerra de Troya y a los viajes de Ulises.

Sigo en mi parécbasis y pienso si todos los escritores -los plagiarios de manera soez- algunos de manera intencional otros sin proponérselo, no son de alguna manera una suerte de Silphidae literarios. Asimilan y reescriben relatos, en algunos casos previos a viejas historias ya conocidas como El viaje de los Argonautas, con sus idas y venidas, develando historias que como en un palimpsesto yacen ocultas debajo de otras. Penélope deshace de noche lo que teje durante el día.

De esa manera, y por aquello de: Cane non mangia cane, dice il dettato, ma il letterato mangia il letterato, los escritores tienen porvenir y trabajo asegurado; no les pasará lo que a los otros, los Silphidae legítitimos. Porque a la hora de quedarse sin trabajo por falta de cadáveres para descarnar, éstos, en palabras de la investigadora del Museo de Vertebrados de la Universidad de California: "son encerrados en compartimientos aislados y alimentados con galletas para perros".

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